4 marzo, 2019

Vallecas

ORIGEN DEL VALLE DEL KAS

Hay varias historias que cuentan los orígenes de Vallecas, la del moro Kas es una de ellas. Según cuenta la tradición, un rico moro e nombre Kas, durante la época de la presencia árabe en la península, vivió en Torrepedrosa, un pueblo muy cercano a la actual Villa de Vallecas. Sin embargo, los cristianos le obligaron a huir. Por eso, decidió asentarse en un valle cercano a la cuenca del Manzanares, junto con sus sirvientes y sus ganados. Por eso, a la zona la llamaban «el valle del moro Kas», que con el tiempo, evolucionó a «Vallekas» y después, «Vallecas”. Esta historia es mítica, no hay documentación al respecto.

COMIENZOS COMO BARRIO

A la llegada del siglo XVI Madrid perdió el dominio directo sobre todo su alfoz, lo que provocó que muchas de las aldeas empezasen a perder población debido a que el territorio cayó en manos muertas. Por este sistema casi se despuebla totalmente Rivas y así sucede con las poblaciones de La Salmedina y Torrepedrosa. Parte de sus vecinos se debieron trasladar a La Carrantona (futuro Vallecas). Nace así el pueblo de Vallecas al oeste del Carrascal de Vallecas y mucho más cerca de Madrid, a la que pronto empieza a abastecer de cereales, paja y pan. A partir del siglo XVII la explotación de las canteras de yeso, la extracción del pedernal y la fabricación de cal, todas ellas materias primas imprescindibles para el desarrollo urbano de la capital, otorgarán a los vecinos nuevos recursos y una cierta bonanza económica, reflejada en el desarrollo social, la oferta de oficios y servicios y algunas construcciones como el Hospital de San Ignacio o la iglesia de San Pedro Ad Víncula.

EL BARRIO CRECE

El jueves 29 de mayo de 1924, hacia las 6 de la tarde se funda el equipo del barrio, la Agrupación Deportiva El Rayo, hoy conocido como Rayo Vallecano de Madrid. También en ese año llega el metro al barrio de Vallecas, concretamente al Puente.

En 1950 se efectuó su anexión al municipio de Madrid.

En 1964 se celebró por primera vez una carrera profesional en Vallecas, la ya conocida mundialmente como San Silvestre Vallecana.

En 1968 habían comenzado a funcionar asociaciones vecinales muy señaladas como las de la Meseta de Orcasitas, la del Pozo del Tío Raimundo o la de Palomeras, entre otras muchas. Fueron la avanzadilla democrática en plena España franquista por su organización asamblearia y sus reivindicaciones.

En los años 80 la droga inundo el barrio como ocurrió en muchos otros donde abundaba la juventud. Las Barranquillas, el Cerro del Tío Pio, La Celsa, La Rosilla, Santa Catalina o Las Mimbreras se convirtieron en el hipermercado de la droga.

En el año 1982 se celebró la 1º Batalla Naval. La inauguración de ese imaginario y deseado Puerto de Mar, a la que acudieron más de 3000 Vallecanxs. Fue organizada por colectivos, apoyada por la junta municipal, y en la que se nombró al primer presidente de la Republica de Vallecas.

El 11 de marzo del 2004 a Vallecas se le rompió el corazón. La explosión de dos bombas en la estación de Cercanías del Pozo y una en Santa Eugenia a las 07:38 horas de la mañana dejarían decenas de muertos y heridos. Ese año no todo sería noticias tan duras: el Rayo Vallecano jugo la copa de la UEFA.

Vallecas hoy en día tiene 326.000. La conciencia obrera, la lucha, la dignidad y el espíritu de superación de sus gente han hecho de Vallecas uno de los barrios más famosos e importantes de Europa.

LA ABUELA ROCKERA

Esta es la historia de una “abuelita” convencional que un día decidió acompañar a su nieto a un concierto de rock. Aquel evento cambiaría su vida para siempre. Ángeles Rodríguez Hidalgo era una mujer humilde que, cuando enviudó a los 41 años, mantuvo dos trabajos para sacar adelante a sus cinco hijos. Era de clase obrera y vivía en el madrileño barrio de Vallecas, donde la música heavy metal era muy popular entre los jóvenes en la década de 1980.
Un día, Ángeles decidió acompañar a su nieto a un concierto de rock y, en aquel momento, tenía una edad de 70 años. Tras el concierto, Ángeles salió tan encantada que nunca perdió la oportunidad de asistir a un espectáculo de metal con su chupa y gorra de cuero, convirtiéndose así en una querida figura de la escena del rock de los 80 en Madrid.

HIJOS DEL CABALLO BLANCO

Dícese que hubo una mujer, lechera de oficio y vallecana de nacimiento, que tenía en sus establos, además de vacas, un hermosísimo caballo. Era este, según los decires, aún más blanco que el líquido de las vacas. Tenía además largas y fuertes crines de tacto sedoso y unas patas finas y musculadas como las de un pura sangre, siendo la belleza de ese animal la más abundante fuente de envidia de todos los propietarios de caballos de los alrededores. Los cuales no paraban de refunfuñar ni de decir cosas entre dientes o en voz muy baja y secreta cada vez que veían ante sí la fina estampa del noble bruto. Y seguramente fueron ellos quienes propagaron el rumor de que la lechera, la cual era, según dicen, una real hembra, de carnes rozagantes y prietas y piel tan blanca como el alimento que vendía, se había enamorado tan perdidamente del caballo como para mantener relaciones carnales con él. Y no solo eso, si no que añade la imaginación popular que el sensacional suceso ocurrió junto a un pilón que había por entonces en los Altos de Arenal.

Añaden estas antiguas crónicas, que hubo un hijo de tal unión amorosa, exactamente igual que cuando Zeus se unía a alguna mortal hembra disfrazando su divinidad con apariencia de animal e, infaliblemente nacía un niño semi-divino, entre mortal y dios, lo que suele ser conocido como héroe.

Se atribuyó a ese niño, nacido de caballo y mujer, la fundación y origen de Vallekas.

Dio en llamarse a los vallecanos “Hijos del caballo blanco”, y ellos que no solían tener abundantes conocimientos mitológicos, ni de los usos y costumbres de dioses o héroes paganos, entendían aquellos como un insulto, algo así como si la cosa quisiera decir “hijo de mala madre”, por lo que hubo, a cuenta de aquella lechera y de aquel caballo, buenas raciones de bofetadas y también algún que otro brillo de navajas.
Afortunadamente el tema ha ido perdiendo virulencia con el tiempo y los vallecanos de hoy, que conocen la leyenda, suelen evocarla con una grata sonrisa en los labios y tomándola por el valor que exactamente posee: el de ser un rasgo que contribuye a definir las señas de identidad y diferenciación de una determinada zona geográfica y de sus habitantes.

Pues es de señalar que el matiz insultante solo se daba cuando la evocación del caballo blanco provenía de un no-vallecano. Si las mismas palabras eran salidas de boca de un genuino hijo de Vallekas, todos sus convecinos las admitían con gesto de íntima complicidad, pues sabían que lo que con ellas se proclamaba era la pertenencia a un territorio, a un clan, a un tótem: el del Caballo Blanco, Vallekas.